Y cuando estés enfadado, dolido o estresado; Solo respira.

Es difícil expresar las emociones a cualquier edad, pero cuando eres niño resulta más difícil expresar y entender qué es lo que te pasa, lo que sientes o cómo lo sientes.

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Pero es más complicado cuando hablamos de sentimientos que nos hacen alterarnos, cuando estamos enfadados, sentimos rabia, pena o tristeza. Porque lidiar con estas emociones no es fácil para nadie y cuando lo experimentas por primera vez, el desafío es aún más grande.

Y de eso trata este cortometraje de apenas 4 minutos, en los que la pareja Julie Bayer Salzman y su esposo Josh Salzman habla con distintos niños y niñas sobre sus emociones y cómo se sienten. A partir de aquí se crea una conversación uni lateral entre distintas opiniones, distintas voces que acaban hablando de lo mismo y sacando una misma conclusión: Solo respira. De ahí el nombre del cortometraje.

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¿Y cómo surge esta idea?

Pues sencillamente de la necesidad de hacer llegar a otros padres la importancia de mantener la atención en nuestros niños, para involucrarnos y ayudarles a mantener un estado emocionalmente saludable.

Y todo gracias a una conversación que escucharon de su hijo de 5 años. El pequeño mantenía una conversación con amigo suyo sobre cómo las emociones y sentimientos afectaban a diferentes partes de su cerebro y cómo había que calmarse a través de diferentes respiros.

Un ejercicio que nos ha hecho darnos cuenta de lo importantes que son los pequeños detalles y de saber responder y controlar los enfados, rabietas y desaires de nuestros hijos, porque su reacción se debe a la falta de información de lo que les pasa, cómo se sienten y cómo tienen que actuar en estos casos. Solo tenemos que ayudarlos.

Y tú, ¿cómo te calmas cuando te pasa esto?

Jugando se entiende la gente.

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Cuando eres pequeño todo es más fácil, sin complicaciones que en muchos casos los adultos vemos como una barrera a veces complicada de saltar. Y hoy nos hemos parado a pensarlo bien.

¿Por qué nos cuesta tanto dirigirnos a gente que no conocemos?

Los niños van al parque porque quieren jugar. Les gusta jugar y cuando llegan allí no piensan en si conocen o no a los niños que hay, simplemente corren, se relacionan, juegan al escondite, salta a la comba, chutan, disfrutan de los columpios y preguntan “¿cómo te llamas?. Así de simple. Así de natural.

Pero cuando vamos creciendo estas relaciones se vuelven cada vez más complicadas.

Reflexionamos. Y nos damos cuenta que con el paso del tiempo nos volvemos más escépticos, cuando alguien se acerca a nosotros ponemos cara de interrogante o perdemos el interés. Seguro que alguna vez te ha pasado; la mujer que entra en el bus se sienta a tu lado y sin más empieza a hablarte, a contarte alguna anécdota o simplemente a hablar de la vida. Y en muchas ocasiones nuestra primera reacción es poner cara de póquer o dejarla hablar, sin más. Eso sí, sin nos transmite simpatía, igual hasta surge una conversación de dos.

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Pues en otros aspectos de nuestro día a día pasa lo mismo.

Nos gusta esta reflexión de Pablo Motos en el Hormiguero.

En el trabajo.

Las relaciones en el trabajo son algo más complicadas, dependiendo de la gente que haya en la empresa o de cómo sean los grupos de trabajo.

Ahora hablamos de las empresas medianas y relativamente grandes, en las que todos se conocen pero, como en el patio del colegio, empiezan a surgir grupitos y a veces las personas no se conocen lo suficiente. Nos referimos a que los compañeros que aún trabajando 8 horas juntos, no se conoce como debería. ¿Sabes cómo se llama el perro de tu compañero de la mesa de al lado? ¿O qué música le gusta? ¿Hace deporte?

Ahí es cuando nosotros apostaríamos por el juego. La gamificación en el trabajo es una de las mejores formas de que surja el compañerismo, los trabajadores hagan buenas migas y el rendimiento sea mucho más efectivo. Porque jugando se entiende la gente, se conoce y desconecta.

Y al día siguiente seguro –al 100%- que vuelven con muchas más ganas a su puesto de trabajo.

En el desarrollo de la creatividad. 

Pasa más de los mismo. Jugar es uno de los aspectos que nos llevan a explorar otros territorios, a experimentar nuevos caminos para hacer las cosas y esto es algo que nos puede ayudar mucho en el desarrollo de nuevas formas de ver nuestro trabajo.

Inventamos cuando somos creativos, cuando jugamos. Y esto es algo que nunca debemos perder.

Seamos un poco más niños, desconectemos de la seriedad, de lo correcto y hagamos que las cosas sean más naturales. Demos los buenos días a los desconocidos que se cruzan con nosotros por la calle y hablemos con la mujer del asiento de al lado.

Es divertido, ¿lo intentamos? 😉

Garabatos convertidos en Obras de Arte

Esta es una de esas curiosidades con las que te encuentras, te encanta y piensas, «tengo que compartirlo en el blog». Y aquí lo tenéis. Hablamos de Eve y Ruth, una madre y una hija que se han convertido en un dúo artístico del que se han hecho eco muchos medios de comunicación y del mundo de la pintura y el arte.

Lo curioso no es que sean madre e hija, sino que -y lo que más nos gusta- una tiene 2 años y la otra 26, y aún así se complementan a la perfección para crear obras de arte.

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¿Y cómo lo consiguen? La peque pone todo su empeño y creatividad en hacer dibujos y garabatos en blanco y negro que luego la artista Ruth Oosterman -la mamá- retocado dándoles un poco de forma y color. Y así salen pintaras tan bonitas como estas.

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La semana pasada hablamos en el blog de una conferencia del Ilustrador Puño, con la que nos hacía pensar y reflexionar sobre en qué momento dejamos de dibujar y por qué lo hacemos –¿Por qué dejamos de dibujar?– Preguntas y afirmaciones que nos hicieron pararnos a pensar.

Pero por suerte las cosas no siempre son «como deberían». Cuando somos pequeños no importa si dibujamos bien o mal, simplemente dibujamos y nos gusta. Pero nos hacemos mayores y sólo podemos hacer cosas de mayores. ¿Y por qué tiene que ser así? ¿Y si a nuestro hijo le apetece pintar con nosotros?

En este caso ella ya se dedicaba a la pintura antes de emprender este juego con su hija pero, ¿por qué no compartir nosotros también aficiones con nuestros hijos? Compenetrarnos, pasar más tiempo con ellos, motivarles y despertar su curiosidad y creatividad en las cosas. Y por qué no, seguir jugando y hacer el vínculo con nuestros hijos un poquito más fuerte.

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Nosotros hemos seguido jugando.

¿Te apuntas a la partida?